El estreno – 3 de junio en EEUU, y este 23 de junio en España – de la primera versión cinematográfica moderna de Wonder Woman (Patty Jenkins, 2017) ha desatado una interesantísima cadena de artículos sobre el personaje y sus orígenes, y del papel que este ha jugado en la cultura del feminismo.
Wonder Woman fue creada en 1941 por el psicólogo William Moulton Marston que, junto con su esposa la psicóloga y feminista Ellizabeth Holloway, recuperaba la mitología de las amazonas griegas para concebir la figura poderosa de la princesa Diana de Temiscira: Wonder Woman. En sus propias palabras: “’Wonder woman’ es propaganda psicológica para el nuevo tipo de mujeres que deberían dirigir el mundo”. Un mundo que se hacía pedazos, en plena II Guerra Mundial.
Su adaptación contemporánea llega en un momento clave en el que la cuestión feminista está más en la palestra que nunca. 2017 es el año del Heteropatriarcado. Aún así, después del buen sabor de boca que me dejaron los trailers, me sorprendió leer en El País la negativa crítica que la experta en cultura popular y feminismo Elisa McCausland titulaba como: “El verdadero protagonista de Wonder Woman es un hombre”. En este documentadísimo y recomendable artículo, McCausland dirime que el guión está dirigido a coronar el personaje de Steve Trevor, espía en la I Guerra Mundial encarnado por Chris Pine; en una dulcificación made in Hollywood que sirve al todopoderoso heteropatriarcado.
Me alegro de que McCausland, en mi opinión, se equivocara.
Wonder Woman es una hermosa historia antibelicista, soportada por el coraje y la pureza de una mujer que trasciende las barreras no solo del género, sino de todas las diferencias absurdas que dividen a los humanos. Este personaje, a su vez, está soportado por la magnífica y abrumadora interpretación de Gal Gadot, que parece haber nacido para abrazar la magia única de esta mujer sin parangón.
En la película no se ve al heteropatriarcado por ninguna parte. Pero tampoco, es cierto, se pierde en los clichés del feminismo revanchista. Wonder Woman, en su huida de la diferencia, acaricia con acierto la esencia del verdadero feminismo: no hay aquí una mujer reclamando su cetro, ni una crítica encarnizada del evidente machismo. Diana Prince es un personaje sobrecogedor y puro, que ama por encima de todo la vida y a una humanidad a la que en ningún momento distingue por sexos. Sin prejuicios, sin distinciones, se la ve ignorar, en su entrañable deje naif, la absurda polarización machista de la Europa de principios del siglo XX.
En este nuevo siglo XXI, internet, redes sociales y viralización mediante, se polemiza desde ambos “bandos” sobre detalles nimios, en polémicas tan intensas como efímeras y de poco calado. La cuestión feminista se banaliza muchas veces ayudada por la radicalidad exacerbada de algunos sectores del feminismo, que hace resonar la ignorancia de una masa de hombres que está deseando constatar un ataque que les permita demonizar el feminismo y así no tener que moverse de su zona de confort. En la polémica del manspreading, por ejemplo, se mentaba al mismísimo heteropatriarcado y, una cuestión incontestable de civismo unisex, enzarzaba a media España en una lucha sin cuartel tan absurda como infértil. Flaco favor le hacen al feminismo estas facciones radicales, que acaban por desprestigiar ante los hombres su necesarísima lucha, perdiéndose beligerantemente en batallas peregrinas.
Habida cuenta de la imperiosa necesidad del discurso feminista, de no solo hablar de igualdad sino de dirigir una reivindicación dura y medidas muchas veces desiguales en favor de la mujer para andar el largo camino que aún queda hasta la igualdad; me agrada que Jenkins haya decidido trascender la comparación, mostrando que Diana, una amazona, una mujer, es en todo igual y en todo distinta a un hombre. Ella es su propia identidad, independiente del sexo que habita. Y este debe ser el fin último del feminismo. La propia Gadot lo resume con brillantez en una entrevista sobre su personaje: “Para ella no hay una cuestión de género. Para ella todo el mundo es igual. Así que sí, es un icono feminista”.
Su noble destino, proteger sobre todo nuestro mundo, se eleva sobre estas cuestiones, a las que la directora Patty Jenkins inteligentemente parece no querer conceder categoría de problema; y sublima un mensaje de amor, igualdad y esperanza frente a la más penosa de nuestras diferencias: el horror de la guerra.
Diana Prince es un personaje fuerte, puro, cuya valentía y decisión brotan de este amor incondicional. La rabia ante la ira, el sufrimiento y la maldad, dan un carácter y contundencia emocionantes a la protagonista, y la convierten en un icono poderoso con una fuerza inspiradora imparable. Me emociono con cada una de sus palabras, en un cine abarrotado de padres e hijos, y sobre todo hijas. El fenómeno que Wonder Woman está removiendo está siendo emocionante en todas sus facetas.
El ejemplo de esta mujer maravillosa se alza sobre los hombres, en una demostración desgarradora de amor y bondad. Capaz del sacrificio más brutal, siempre conmovida por lo que fácilmente se olvida que es lo único importante: la vida.
La verdadera revolución no es que su identidad de mujer se demuestre mejor que la de un hombre, sino que en esta historia – y en la Historia – da igual si ella es una mujer o un hombre. Diana es un lugar moral y en su naturaleza inmortal trasciende todo debate sobre el género. Solo el amor en la vida, y el dolor en la muerte, nos iguala para siempre.
Y por eso este mundo machista necesita que Wonder Woman sea una mujer, y que este simbolismo despierte las mentes de todos y recuerde que esta pureza, esta bondad, es el regalo que todos nos debemos como humanos. Mujeres. Hombres. Iguales.
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