Valle Galera (Jaén, 1980) es una de las artistas que durante cuatro meses ha residido en el espacio cultural La Térmica de Málaga con motivo de la sexta edición del programa Creadores 2019, que impulsa el espacio. En este tiempo ha estado trabajando en un proyecto con el que pretende captar esa época de transición que es la preadolescencia a través de la fotografía. El trabajo trata de establecer un diálogo con una generación que utiliza la imagen de un modo muy distinto a como se ha hecho hasta ahora ayudada por las nuevas tecnologías. Valle Galera es una fotógrafa cuyo trabajo parte de la construcción de la imagen eludiendo los patrones establecidos en los que no se ve reflejada. Hasta el 7 de julio se puede ver en el centro cultural malagueño su exposición Pantalla, papel o trinchera sobre la que hablamos con ella en esta entrevista.
Pantalla, papel o trinchera
¿Qué has querido contar con tu proyecto?
Quería retratar, mediante fotografías y entrevistas, a preadolescentes de entre 12 y 15 años en su espacio privado (que suele ser el dormitorio), entendiendo este lugar como un laboratorio de la identidad. Retratarles en su cotidianeidad, saber cómo emplean su tiempo, y qué objetos y contextos les rodean.
Busco si hay características comunes entre ellos y con generaciones anteriores como la mía, además de aspectos más concretos de cada uno. También conocer qué personas son para ellos referentes, cómo les influyen y si los conocen mediante fotografías, en cuyo caso me interesa saber a través de qué medios consumen estas fotos, si solamente de forma digital o si siguen forrando con fotos físicas carpetas y paredes.
¿Por qué has elegido a los preadolescentes para él?
Por ser una edad clave donde se forja la identidad a pesar de ser un periodo temporal muy breve.
De esta etapa vital me llama la atención que socialmente permitimos la experimentación y asumimos lo indefinido como característica de este momento tan difuso –que no tiene ni nombre que lo defina– como pueden ser otras fases identitarias marcadas también por el tiempo y la experiencia como son la niñez, adolescencia, juventud, madurez o vejez. Me parece que, con según qué edades, asumimos formas de ser diferentes dentro de una misma persona, pero exigimos dentro de cada etapa una fisicidad y un rol social muy definidos.
Parece que la autenticidad de la identidad la asociamos a posiciones definidas y generalmente antagónicas a otras, mientras que en la preadolescencia y adolescencia no sólo es socialmente lícito, sino que también se espera de ellos que sean cambiantes, contradictorios, extremos en sus sentimientos y físicamente confusos.
Su cuerpo y rostro van mutando por días, pueden convivir partes de su cuerpo como una nariz de adulto con una cara aniñada, curvas incipientes con ojos de niña o nueces y voces desarrolladas con cuerpos infantiles. Collages entre la niñez y la adultez en sus rostros y ellos intentan adaptarse a los cambios continuos, adivinar y proyectar cómo serán de adultos y, en esa proyección de lo que atisban, construyen su fisicidad futura. Y a mí me interesa ver cómo se imaginan y cómo conviven con su presente corporal.
Sus actitudes y roles son cambiantes, intentos, teatros de cómo perciben su adultez y que acabará por definir el mundo adulto. Pueden alternar momentos de ternura infantil con ositos de peluche o juegos enérgicos con intentos de seducción y gravedad de la mirada. Son momentos de descubrimiento, prueba y elecciones.
Cuéntanos un poco cómo ha sido el proceso, ¿has encontrado muchos obstáculos para llevarlo a cabo?
Una de las razones que me motivó a realizar este proyecto era por intuir que las imágenes espontáneas de preadolescentes se habían reducido a lo familiar y los selfies debido a los permisos y al miedo de poder parecer un pederasta, reduciéndose su representación a imágenes pactadas previamente, generalmente en relación a la publicidad.
Intuí que el proceso iba a ser complicado, pero fue más largo y farragoso de lo que esperaba. De los cuatro meses de duración de la estancia, dos meses y medio los dediqué exclusivamente a intentar contactar con preadolescentes que quisieran participar y cuyos tutores legales quisieran firmar los permisos necesarios. Para ello contacté con diecinueve intermediarios de diferentes perfiles profesionales que tuvieran relación con grandes grupos de preadolescentes o con alguno en la provincia de Málaga, contactando con siete personas del entorno educativo (directores y profesores de institutos y escuelas); tres mediadores culturales; dos entrenadores de dos equipos deportivos; dos trabajadoras sociales; un juez de menores, y diversos familiares, ya que acercarme directamente a menores desconocidos podía resultar agresivo.
Sólo unos pocos accedieron y muchos padres se desmarcaron en el último momento. Incluso hubo algún padre que me comentó que él evitaba fotografiar a su hija con otros amigos si jugaban en el parque para “no molestar y no levantar dudas”.
Fotografiar a preadolescentes, aun teniendo el respaldo de una institución pública, les parecía sospechoso, sobre todo por querer fotografiarles en el dormitorio. Algunos asumían entonces que los iba a retratar desnudos, hubo quien me hizo especificar que no utilizaría las imágenes para la pornografía y a otros les preocupaba que se pudiera reflejar la precariedad económica o situación familiar del momento. Otros se desmarcaban por sospechar ante la falta de imágenes previas y una solución definitiva del resultado, aunque definiera las tres situaciones en las que quería fotografiarles y el porqué.
En general lo percibían como un proyecto problemático. Estaban muy preocupados con los derechos de imagen, el peso de la responsabilidad que les pudiera afectar, tanto que algunos ni se lo propusieron a sus superiores o compañeros.
Pantalla, papel o trinchera
¿Cómo ha sido tu experiencia en la residencia artística de La Térmica “Creadores 2019”? ¿Qué te ha aportado?
Muy intensa. Creo que en cuanto me vaya de aquí voy a notar el cambio. La relación entre nosotros ha sido muy buena, nos hemos sumergido en una vorágine. El hecho de compartir el vivir y crear en un mismo espacio y alejados de otros quehaceres diarios, (desde la limpieza o la comida a otros compromisos laborales), nos ha focalizado en la creación del proyecto y nos hemos estado acompañando en cada etapa. Aunque nuestros procesos creativos pueden llegar a ser muy diferentes me ha sorprendido que compartíamos las mismas fases de creatividad y de crisis.
La ayuda a la producción también es esencial para poder experimentar nuevos retos y formatos. Además, vivir en este bello edificio es una experiencia. Me encantan los patios, la gran variedad de árboles y la luz que hay. Es un espacio donde siempre suceden cosas, ya sea en la dinámica interna de tantos trabajadores que acaban formando parte de tu familia o en las numerosas actividades que programan donde he podido conocer a gente de la cultura muy cercana a mis intereses. Artistas como Cabello/Carceller; Dora García, Carlos Bestué, Alicia Framis, Guillermo Pérez Villalta, a músicos como Hidrogenesse; comisarios y asistir a congresos y talleres interesantes. Además de poder disfrutar de la ciudad, los paseos por el mar (tan diferente a mi paisaje cotidiano) y conocer el tejido artístico de la ciudad.
¿Por qué la fotografía para desarrollar tu trabajo artístico?
Aunque yo estudié Bellas Artes me he centrado en la fotografía por necesidad. La necesidad de sentirme parte de la sociedad pues no me sentía reflejada en las imágenes que me rodeaban. Al principio no era consciente, pero recuerdo, precisamente con 13 años, que creamos entre varias amigas el guion para hacer un corto entre nosotras y al terminarlo nos dimos cuenta de que todos los personajes eran hombres. La falta de otras posibilidades en las narraciones que nos rodeaban frenaba nuestra propia imaginación. Algo que se me volvió a repetir durante la facultad.
Así que decidí plantear mi punto de vista del mundo, descubrir realmente cómo lo veía yo y, aunque al inicio fue paralizante, descubrí que no suele coincidir con el de la vivencia de hombres heterosexuales impuesto como neutralidad. Por eso en mis obras previas aparecen modelos de mujer que, físicamente y por su actitud, escapan al evidente estándar en Foto-copias; donde mujeres transexuales están incluidas en su gran variedad sin ser señaladas por ello y donde resalto su influencia en nuestra cultura e historia común y no sesgada como si viviesen fuera de la sociedad en Dentro del Espejo. También los intersticios en el régimen franquista para poder ser hombre homosexual y crear una cultura propia y de deseo a la masculinidad cañí frente a las negativas legales, sociales, religiosas y médicas del contexto en Estaba Oculto.
Sin embargo, hoy en día hay muchas más imágenes y una mayor posibilidad de acceder a otras representaciones de identidades menos masivas y antes inaccesibles. Esta es una de las generaciones más visuales de las hasta ahora conocidas. Acceden al conocimiento ante todo por lo visual y son capaces de interpretar y relacionar ingentes cantidades fotográficas de forma vertiginosa. Sus referentes ya no son sólo las celebridades impuestas por un mercado adulto, ellos mismos generan sus propios referentes o “influencers”. Por lo que me interesa saber qué referentes eligen y cómo consumen las imágenes de ellos.
Mi generación es la de las fotos de revistas y los posters doblados en las páginas centrales, el intercambio de pegatinas y cromos en el recreo y los canales con programaciones fijas en la televisión y sin Internet. Ahora las revistas y periódicos desaparecen a marchas forzadas, en vez de carpetas tienen archivadores y los libros no los personalizan con sus fotos porque son préstamos de unos a otros. La televisión más que un lujo en el dormitorio es un trasto que los adultos recolocan en sus cuartos, modelos obsoletos sin internet que escasamente usan a menos que no sea para jugar con la consola. De nuevo, para interactuar, porque escasamente pueden interactuar con las revistas, los posters, los álbumes o la parrilla televisiva.
Y es eso lo que me interesa, como fotógrafa cómo acercarme a ellos, cómo consumen las fotos, a través de qué medios y cuánto tiempo le dedican a cada imagen. No es lo mismo una foto en la pared y verla cada día, a veces de paso, otras quedarte mirándola desde la cama durante horas que verla rápida en una red social dando paso a otra foto. El tiempo de análisis y de profundidad en la lectura es diferente, quizás esa relectura se produzca en la repetición de muchas imágenes semejantes donde se produce un significado. La idea de interactividad es diferente también. No sólo son observadores, introducen comentarios, diálogos y gif animados para hacer suya, interpretar la imagen y añadir movimiento. Y son algunos de esos gif inmateriales los que se convierten en objeto físico (como las orejitas del arcoiris, que te agatunan el rostro) y no las fotografías.
Pero el hecho de retratarlos fotográficamente es ante todo una manera de incluirlos en el imaginario colectivo, porque en esa revisión de identidades no fotografiadas que realizo en mi obra artística he percibido que los menores de edad cada vez están menos retratados en su cotidianidad, fuera del mundo publicitario (donde están cosificados como producto de mercado y, por lo tanto, sexualizados) y de las redes sociales donde se autorretratan repitiendo las identidades de los adultos que quieren llegar a ser. Y me pregunto si el hecho de no ver imágenes cotidianas de ellos puede o no restar posibilidades al ser. Si no restará presencia a una de las pocas etapas donde es permisible ser contradictorio o si quizás es precisamente la red social, un espacio permisible de juego identitario que traspasa la frontera de la edad.
Para mí fotografiarles es evidenciar que cada vez se habla más de ellos y se muestran menos imágenes. Que la problemática de los derechos de imagen que surge de la necesidad de protegerles del abuso puede resultar burocrática y contraproducente, pues cambia la mirada. Los convierten en susceptibles del abuso sexual por el mero hecho de ser retratados como si en ello hubiera delito, luego, tanto control y exceso de seguridad produce, a mi forma de ver, el efecto contrario.
Y es ese control de la mirada el que planteo, tanto al incluir en el pasatexto TRINCHERA: Sentence los inconvenientes, negativas, conversaciones y experiencias de otros profesionales de la fotografía con los que me he ido relacionando durante estos cuatro meses de estancia en la Térmica. También en el control de la mirada en la propia relación entre modelo/fotógrafa.
En esta nueva época de empoderamiento de la propia representación, del derecho a hablar en primera persona, me planteo si también puede haber un rechazo a la visión externa de otra persona sobre uno mismo. Si existe un cambio de roles, si antes el fotógrafo imponía al modelo cómo posar, si este ahora, conocedor de su propia máscara, le exige al fotógrafo qué ángulo y gesto ha de fotografiar. Quería experimentar en la relación entre modelo/fotógrafa si existe este control de la mirada sobre el rostro que se presta a ser fotografiado o si hay un diálogo o aceptación. Por eso, no solamente les fotografío como yo quiero, también les pregunto cómo desearían ser fotografiados, e intento seguir las instrucciones de su deseo, que por otro lado no deja de ser una interpretación mía.
Me planteo si aceptarán una visión externa del yo, una visión no controlada por uno mismo, de otra persona desconocida sobre ellos y si esto les puede afectar de forma generacional en su futuro adulto.
Otro aspecto que me interesa de la fotografía es cómo las diferentes formas de presentación tienen asociadas unas formas emocionales de acercamiento. En PANTALLA. Bedroom Mood muestro las fotos una detrás de otra en una mezcla entre las típicas fotografías de los años 90 realizadas con cámaras automáticas regaladas por la comunión con flases reflejados en espejos o desenfoques que podría haber hecho cualquier menor, con las fotos de reportaje tradicional de revistas, dos formatos obsoletos en un medio obsoleto como la televisión, objeto presente de nuestro pasado y antecesor directo de sus pantallas de móviles y tablets. El inicio de la imagen etérea, la imagen luz sin cuerpo y en movimiento. Ellos vistos a través de esa ventana tecnológica de su habitación.
Y también presento en PAPEL. Sobre papel aquellas fotografías que ellos tienen en papel, donde esta superficie plana transforma la imagen en objeto. A escala 1:1 estas fotos son recortes de representación de sus dormitorios, en una habitación ficticia de la sala, entre el barroquismo preadolescente del ayer y la recolección casi arqueológica de sus espacios, es la respuesta a ¿qué imágenes consumen ellos en papel? Porque pocas son fotos de álbum, son falsas polaroids –melancolía de la primera foto instantánea visible sin la sorpresa del revelado– y fotos utilitarias, convertidas en calendarios, vinilos para paredes o portadas de libros. Sobre papel quedan los post-it, los textos, las planificaciones, los dibujos o las imágenes intervenidas con gif de las aplicaciones. Queda aquello que es elaborado, para el instante queda la fotografía digital.
Es una generación que parece arrastrar el último lastre de lo físico quizás hacia imágenes etéreas de luz; con cuartos, por lo general, más cercanos a estándares de catálogos de decoración que a cuevas de recopilación de tesoros, porque los tesoros están guardados en las listas favoritas de la nube que, como los pensamientos, son intangibles.
¿Qué es lo próximo que tienes en mente?
Seguir desarrollando este proyecto. Cuando realicé las fotografías les pedí tres situaciones, una en su dormitorio, donde yo les fotografiaba como yo quería, otras realizando una actividad que habitualmente realizaran para retratar su cotidianeidad y una tercera tal y como ellos querían salir representados. Me gustaría mostrar esta última situación mediante un formato aún más lumínico e interactivo donde se entremezcla fotografía, dibujo y movimiento. Su idea de representación de sí mismos con la mía de la tv.
Pantalla, papel o trinchera
TOP 5 Una película: Café Bagdad, de Percy Adlon Un libro: Salvemos la Jarapa, de Weldon Penderton Una canción: Brujerías Jotas de Hidrogenesse Un lugar: Londres Un sueño: Me gustaría que, de forma más general, la gente fuese más crítica y empática, creo que así habría menos violencia.
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