Málaga se está convirtiendo en una de esas ciudades en las que no puedes pretender abarcar toda la oferta cultural disponible. Anoche se dio un ejemplo, era difícil elegir uno de todos esos planes que te gustaría hacer: Asier Etxeandía estaba en el Teatro Cervantes con “El Intérprete”, las artistas Violeta Niebla y Alessandra García continúan con su “Yo ya no soy rara” en el Cánovas y otras cinco actividades culturales inauguraban el MaF (Málaga de Festival, una previa del Festival de Cine), entre ellas, el concierto de Christina Rosenvinge en el Cine Albéniz y, no sé cómo estuvieron los demás, pero no me arrepentí en absoluto de haber elegido a la rubia de pelo en la cara para la noche lluviosa del viernes.
Vino para presentar su nuevo disco, Lo nuestro, arrancó con una cañera Alguien tendrá la culpa (según confesó, escrita en un Portillo viajando por la costa), a la que siguieron otras como Lo que faltaba, Romeo y los demás o, micro en mano, una potente La muy puta. Sonidos nuevos, con mucha guitarra, mucho teclado y mucha batería, que sonaron estupendamente en la sala 1 del cine, en contra de las opiniones de aquellos escépticos que no confiaban en la idea de un concierto sentados en butacas y sin la posibilidad de agarrar una cerveza.
El Maf quedó inaugurado ayer con un sobresaliente, la sensual voz de Christina ha puesto el listón muy alto al resto de actividades incluidas en un programa, que se extiende hasta el 16 de abril a lo largo y ancho de 11 distritos y con más de 300 actividades.
Christina Rosenvinge no solo cantó temas de su nuevo disco, también se puso nostálgica con canciones como 1.000 pedazos, macarra con Tres minutos e hizo de niña mala con Canción del Eco o Anoche (El Puñal y La Memoria).
A sus 50 años, aunque con cuerpo de niña de 20, y vestida de riguroso negro, Christina Rosenvinge cada vez gusta más. Sus letras, llenas de dolor y basadas en lo cotidiano, sumadas a ese aspecto de tía dura que la caracteriza, son una mezcla perfecta para hablar de las traumáticas y adictivas consecuencias del amor y otras cosas.
La Rosenvinge sabe rodearse de chicos guapos, por eso su banda no solo es potente en el sonido. Los tres jóvenes músicos que la acompañan forman con ella un conjunto compacto con una estética uniforme que engancha mucho, al igual que las repetidas melodías de sus canciones, que cantadas cerquita del micro como ella lo hace, consiguieron embelesar por completo a un patio de butacas de un cine, que anoche apagó las luces con un final feliz.
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