En 2010, el estadounidense Chris Hedges publicó Empire of ilusions: the end of literacy and the triumph of spectacle. En este ensayo, premiado con el Pulitzer, Hedges describe una sociedad norteamericana que, en plena revolución tecnológica y en una crisis del capitalismo financiero global, recrea un conjunto de ilusiones espectaculares de las que todos los ciudadanos participan consciente o inconscientemente. De una manera mucho más periodística que Debord en La société du spectacle, el autor norteamericano desentraña cómo la democracia en Estados Unidos constituye una ilusión de igualdad y fraternidad, los programas televisivos, una “ilusión de entretenimiento” y la industria del porno, una “ilusión de amor” que, en realidad, oculta un oficio descomunalmente violento hacia las mujeres que lo ejercen.
Uno de los últimos capítulos de este ensayo llamó especialmente mi atención; este se centra en la Universidad estadounidense como una institución en la que se produce una “ilusión de sabiduría”. En esta sección, las esferas universitarias aparecen colonizadas por intereses privados y por trayectorias burocráticas que conducen a la promoción de un tipo muy especial de profesor. La pretensión por adquirir un conocimiento instrumental, al servicio de una carrera exitosa o del mismo poder, se funde con el resto de los problemas de una sociedad que, pese a ser militar y culturalmente hegemónica en el mundo, aparece en este completo y entretenido análisis en progresiva descomposición.
Pero, muy lejos de morir, la hegemonía cultural norteamericana se manifiesta con claridad en la Universidad española. Al margen del empobrecimiento inducido al que nuestra Universidad ha sido condenada por la vía de la Troika ministerial Hacienda-Economía-Educación, hay fenómenos muy preocupantes pero mucho mas sutiles. Al evidente recalentamiento de la docencia, que ha llevado a que los profesores tengan cada vez más clases y a más alumnos, se ha sumado hace un tiempo un nuevo castigo: los profesores e investigadores se ven sometidos a una evaluación cuantitativa constante que se concentra en la exigencia de una continua producción de artículos de “alto impacto”.
Este tipo de publicaciones se produce en un conjunto de revistas nacionales e internacionales que reciben un enorme volumen de artículos candidatos y que establecen condiciones en ocasiones draconianas para la aprobación de los “manuscritos”. Sin importar tanto, quizá, el hecho de que la mayoría formen parte de consorcios económico-editoriales, lo más grave es el conjunto de consecuencias que estas circunstancias tienen sobre la carrera docente: la publicación de estos artículos ocupa el primer lugar y todo lo demás se subordina a esta actividad capital. La docencia y las clases han de llegar a un mínimo para permanecer en la institución, pero dicha permanencia y la promoción se aseguran fundamentalmente gracias a la publicación en los “journals” más importantes.
Tantos tienes, tanto vales. Y de esta competición por los preciados espacios en revistas de Elsevier o Cambridge Journals se deriva la configuración del nuevo burócrata ilustrado, un nuevo hombre unidimensional muy alejado del intelectual de antaño, juzgado ahora como romántico, anticuado y poco pragmático, amado por sus alumnos y condenado al desempleo o a puestos temporales y de pobreza (el término “precario” es un eufemismo que no recubre la totalidad del problema). Los intereses de un profesorado y unos alumnos alienados por distintas razones están llamados a alejarse cada vez más, provocando un clima de frustración que desincentiva a los prometedores candidatos y ahoga a los profesionales en ejercicio. Aun así, hay todavía profesores que consideran que este sistema elimina a los incompetentes y a los vagos, manteniendo en la carrera a los verdaderos portadores de la vocación “científica”. Ojalá este artículo quede algún día anticuado y despreciado por pesimista, en una sociedad en la que estos lacerantes problemas se hayan solucionado y los profesores de Universidad tengan tiempo y arrestos para participar de la vida intelectual que toda sociedad cívica y avanzada requiere. Entretanto, seguiremos enviando nuestros manuscritos a estos nuevos templos del conocimiento.
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