A las 19:30 horas se abrían las puertas del Real Jardín Botánico Alfonso XIII para dejar paso a los primeros asistentes que acudían a la llamada de John Grant y Agnes Obel este lunes, 5 de julio. Prendas y colores veraniegos empezaban a inundar las instalaciones del lugar, entremezclándose con los de la flora y fauna que, a su vez, también participaba en el apartado sonoro ambiental.
Juan Melov fue el dj encargado de combatir el abrasador sonido de las chicharras con su propia propuesta sonora, invitando al público a disfrutar de una bebida a ritmo de Massive Attack, Moderat, Midlake, The XX o Steve Reich. Y parece ser que su propuesta funcionaba, pues al comenzar John Grant con rigurosa puntualidad pudimos ver cómo los asistentes más rezagados corrían hacia sus asientos intentando compaginar el aplauso con el acarreo de bebida y comida.
Todavía a plena luz del día, el estadounidense saludaba al público en un muy trabajado castellano (“Qué calor tan asqueroso” decía, mientras hacía reír a los asistentes). Subió al escenario con una propuesta minimalista a dúo de piano/voz y sintetizador, sin apenas aderezo de luminotecnia, que ganó especial fuerza cuando surgían las florituras vocales y técnicas, consiguiendo que el público no pudiese apartar la mirada del escenario. Si bien Grant nos comentaba que había pasado 11 años en la fría Islandia, su profunda voz resultaba cálida aun cuando hacía menciones a su trayectoria vital y proclamaba reivindicaciones sociales varias entre temas (felicitando el mes del Orgullo, hablando sobre derechos LGTB, la legislación sobre el aborto, etc.). Hizo un repaso por su discografía a través de canciones como The Cruise Room, Grey Tickles, Black Pressure, Touch & Go, la aplaudidísima Marz, Glacier, Queen of Denmark o GMF que fueron defendidas excelentemente y disfrutadas, sin duda, por un público atento y entregado, capturado en las redes del artista desde el principio gracias a su carisma personal.
Para cuando el público quiso darse cuenta, el show había terminado con Caramel y el parque había oscurecido. Una breve pausa separaba a los asistentes de la actuación de Agnes Obel, pudiendo adivinar por el movimiento de personal sobre el escenario que sería una propuesta distinta a la de Grant. Tras este descanso las localizaciones parecían estar ahora realmente ocupadas y la mayor parte de los asistentes esperaban impacientes la aparición de la artista, que subió al escenario a oscuras junto a otras tres figuras, envueltas en un halo de misterio. Las luces del escenario proyectaban tonos fríos sobre las intérpretes, dos violonchelistas, una percusionista/corista y una piano/voz, parcialmente ensombrecidas por los destellos de imágenes de amalgama que lanzaba el proyector gigante a sus espaldas. A través de la percusión analógica y electrónica, los loops y el uso vocoder (salvados de algún que otro problema técnico fatal) y las melodías de las cuerdas, voces y piano, el Jardín Botánico se transformó en un lugar mágico, absorbente e íntimo gracias a temas como Red Virgin Soil, Island of Doom, Familiar o Riverside, todas aplaudidas y agradecidas por un público extasiado.
A pesar de las preocupaciones de la danesa sobre el estado de su piano y sus capacidades vocales (“Este piano se está deshaciendo delante de mis ojos” o “Durante la pandemia tuve una hija y creo que se llevó parte de mi voz”) tuvimos el placer de disfrutar de unos bises finales con It’s Happening Again y On Powdered Ground, que hicieron de broche final a una actuación despedida entre vítores y aplausos con el público en pie.
Al terminar la actuación de Obel, algunos de los asistentes resistieron el impulso de volver a casa regresando a los ritmos de Juan Melov en la entrada del recinto y disfrutar de una última bebida. Sin embargo, algunos todavía estábamos dentro de aquella atmósfera irreal, en un lugar al que habíamos accedido de mano de la música y donde todo estaba impregnado de un tinte semi místico, en donde quizás las actuaciones fueron perpetradas no por artistas humanos, sino por seres de la arboleda del Botánico: un barbudo y fornido fauno llamado Grant y la elegante y misteriosa ninfa Obel, que regresaron en la oscuridad de la media noche al lugar del que provinieron después de regalarnos su arte en esta nueva jornada de Noches del Botánico.
Fotografías Víctor Moreno, Noches del Botánico
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