El 18 de febrero se abrieron las puertas de la sala El Sol de Madrid para dar cabida en su interior a todos los espectadores que pudieron encontrar tickets para el evento antes de que se les escapasen. Montgrí, el sello discográfico de Cala Vento, puso toda la carne en el asador para brindarnos una noche llena de emociones y baile con tres de sus bandas asociadas, captando el interés de un público que reaccionó en forma de sold out para la cita.
Mientras en la puerta del local a la hora señalada ya se dejaban ver los primeros grupos de asistentes, en el interior del edificio se respiraba esa sensación de energía contenida, canalizada a través de abrazos, saludos efusivos y primeras colas en barra.
La recepción y los entreactos estuvieron a cargo de la selección musical de Yawners y Biznaga, que supieron hilar con soltura y coherencia las energías distintas que desprendían sus compañeros de sello, generando una sólida base sobre la que edificar la fiesta que tenía lugar esa noche.
El público, mayoritariamente joven, comenzó a agruparse frente al escenario semicircular cuando las luces se bajaron y dejaron la sala prácticamente a oscuras, iluminada tenuemente por neones. Sin presentación previa, Los Manises subieron al escenario, flanqueando el dúo una pintoresca mesa auxiliar vestida con un tapete de ganchillo. Sobre ella descansaba un arsenal sintético de ritmos con los que se armarían, junto a sus voces e instrumentos. Comenzaron el show con Zapatos para todos, extraído de su primer EP (Greatest Hits, 2017), para posteriormente hacer un recorrido por su producción y temas aún no editados. Estos fueron, poco a poco, erosionado el estatismo de los presentes a golpe de ritmos bailables, contundentes e hipnóticos, que propulsaban de forma visceral las extremidades.
Un atronador sonido de bajo encabezaba la avanzadilla de ecos de guitarra y voces que parecían venir de un lugar profundo e irreal. Con una fórmula simple, pero efectiva y de complejidad tímbrica, pasamos por canciones de su último trabajo como Varios Premios (con guiño final a La Polla Records y su Ellos dicen mierda) o Materia Prima, extraídas ambas de Aristocracia y Underground (2020), tema con el que hasta las figuras sobre el escenario se echaron a bailar. Incluyendo las novedades que regalaron a los asistentes, el círculo del concierto se cerraba volviendo su primer trabajo con Flow Fideguay entre aplausos.
Al terminar esta primera actuación, el buen sabor de boca era palpable en las expresiones del gentío. Una masa que, ahora sí, ocupaba todo el espacio de la sala y esperaban tensos y emocionados a Vulk.
La reputación de la banda precede a la misma, no solo entre los asistentes, sino también a través del entusiasmo de la prensa musical en sus artículos. Con tres largos editados a sus espaldas, la formación subió al escenario entre la bruma de las máquinas de humo y una débil iluminación, preparada para dar todo a un público ávido de su música.
El sonido vacilante entre el post-punk y rock de su show giró en torno a su último trabajo recientemente publicado, Vulk Ez Da (2022), abriendo con Etsai, Orpoan, octavo corte de dicho largo que avivó las llamas que desprendía una sala llena y entregada a sus músicos. Perdiendo completamente la timidez en Gua Eta Odola, el público hizo temblar la sala a base de pogos, bailes y cánticos. Diversas manifestaciones de euforia y compañerismo entre los asistentes hicieron sentir a los músicos sobradamente respaldados y confiados, generando energías que estimulaban un paladar musical que algunos de nosotros no veíamos tan excitado desde antes de la pandemia. El constante movimiento generado por el caos controlado entre el público nos hizo comprobar el buen trabajo de sonido e iluminación de la sala, funcionando bien desde diversos ángulos. Difícilmente evitable era apartar la mirada de su carismático bajista o del rostro encendido de su batería mientras ejecutaban temas como Amodioa Kartzelan o Vulk Ez Da, celebrados por una masa que tenían el bolsillo desde la primera nota. Su actuación, para muchos la más completa de la noche, termina con Lanaren Kanta, despidiendo a los artistas entre los aplausos y vítores de un sudoroso público.
Si el interludio enlazó a Los Manises y Vulk mediante sonidos funk, la conexión entre estos últimos y La Élite se haría mediante un acercamiento al hyperpop. El público, sediento, busca refugio en las barras y el oxígeno del mundo exterior, que existe ajeno a la orgía salvaje que preparan los últimos gladiadores de Montgrí.
El dúo catalán vino a conquistar la capital, respaldados por una postura nihilista y despreocupada que hizo desbocar al público asistente. Al igual que sus compañeros Los Manises, presentaron temas esperados de su repertorio editado al tiempo que brindaron novedades a los oyentes. Comenzaron el maratón de bailes con Niño rata, segundo corte del EP Sorry Not Sorry (2019) y enlazaron con una de las mencionadas novedades, sintonizando correctamente con la masa. Un vocalista ya descamisado que exhibía sus numerosos tatuajes y gafas deportivas de sol (inevitable comparativa con el frontman de Viagra Boys) dinamitó el espacio de conciertos al anunciar Bailando, single del pasado año que sirve de carta de presentación para su música en los medios. Numerosos pogos y stage divings sucedían en múltiples puntos a la vez, expandiendo la diversión hasta donde alcanzaba la vista. La espuma de cerveza brotaba por los aires debido al movimiento, coincidiendo con un momento surrealista coreando el apellido de Isabel Díaz Ayuso.
Tras varios temas, la situación parecía al borde de un descontrol total en Nuit Folle, su último lanzamiento, en el que el teclista a cargo de la base rítmico-melódica y el sintetizador incita al público a subir al escenario. Y vaya si lo hicieron. La marabunta no dudó en saltar a las tablas y cantar a través del micrófono, bailando y haciendo volar sobre sus cabezas a algún que otro asistente. El stage diving dentro del propio escenario pareció terriblemente acertado para la situación.
Después de una breve pausa para comprobar que todo estaba correcto y recuperar algo de aliento, la banda pudo despedirse del enfervorizado público con una suerte de bis en Marlburro, coreada hasta la saciedad como un himno hooligan. Sin duda, un broche perfecto a los directos que se dieron en la sala esa noche y que coronaba la acertada propuesta musical de Montgrí. Una propuesta que encandiló de principio a fin a los asistentes y con los que seguramente hayan afianzado y firmado la asistencia de parte del público a futuros eventos de las bandas presentadas. Unas bandas que, sin atisbo de dudas, darán que hablar en un futuro próximo si se confía y apuesta por la música y la cultura.
Fotos: Alonso Valbuena
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