Mi vecina Mariana tenía 4 hijos: Vanesa, Rocío, Inma y Joaquinito. Vanesa y Rocío eran las mayores, por eso ellas tenían mayor potestad sobre el radiocasete y lo que sonaba en él. Los sábados por la mañana tocaba limpieza y, siempre, con la mejor banda sonora a todo volumen. Junco, Los Chichos, Los Chunguitos y, por supuesto, Camela era el repertorio clásico que me hacía de despertador a media mañana cada semana. Desde esa casa mata situada justo enfrente de la de mis padres se escuchaban hits como Lágrimas de amor,Háblale de mí,Palabras de papel o Marioneta de su vida, melodías que hoy me retrotraen a los veranos interminables, las caracolas de chocolate viendo Los vigilantes de la playa, las siestas con Verano Azulde fondo, esperar el tiempo de la digestión para bañarse en la piscina o en la playa, las horas muertas en la calle, jugar al escondite, chorrear de sudor por el pilla-pilla o convertir la calle en una auténtica pista de tenis.
Corrían los primeros años de los 90, el Renault 5 era uno de los coches más top, los estampados hawaianos y las chanclas de goma estaban de moda, la bebida cool era el Baileys con hielo y el nutriente a base del cual se alimentaban los niños en verano, el polo flash (cola, océano, fresa, había sabores para todos los gustos).
A los cuatro hijos de Mariana les debo mucha de la música que aún hoy escucho y de los conciertos a los que aún voy, como el de Camela, a los que, por fin, pude escuchar en directo este agosto en el auditorio municipal de Málaga Cortijo de Torres gracias al programa de la feria, donde, además de recordar sus inicios, presentaron su nuevo disco Rebobinando. Y lo gocé, lo gocé mucho. Y no fui la única, el auditorio estaba a rebosar y el público era de lo más variopinto (abuelas, niños, modernos…), lo que me hizo reflexionar sobre ese imán inexplicable que tiene este dúo, que 25 años después de su inicio, siguen teniendo un público fiel y continúan literalmente arrasando en todos sus shows. Por eso me he permitido hacer esta pequeña reflexión para intentar arrojar un poco de luz sobre este fenómeno digno de ser analizado en Cuarto Milenio: ¿por qué nos sigue gustando Camela?
Camela mola porque son outsiders. A pesar del odio de la crítica y el cero apoyo de los medios, el grupo consigue su objetivo: llegar al público (un amplio publico). Como ellos mismos decían en el concierto de la semana pasada en Málaga: “Nosotros nunca hemos tenido marketing y, sin embargo, aquí seguimos cantando las canciones de antes y las de ahora con todos vosotros”.
Sus letras reflejan ese carrusel de emociones que era la adolescencia por el que todos hemos pasado de una manera clara y sencilla. Quién no ha dicho alguna vez “Vivir sin ti cariño lo que me está costando”, “sin tus besos yo me moriré” o “no puedo estar sin él, me muero por su amor”.
Nos encantan los dramas y, más, si son con melodías pegadizas. Y ese órgano de fondo que acompaña todas y cada una de sus canciones es un sello de identidad del grupo madrileño que lo hace mucho más atractivo aún.
A todos nos ha gustado fantasear con la idea de que Dioni y María Ángeles son pareja, aunque ellos ya hayan repetido hasta la saciedad que ni son hermanos ni matrimonio. Lo explicaron también en Málaga: “Él se casó con mi hermana y luego mi hermana me lió a mí para que yo cantara con él”, aclaraba la vocalista del grupo en los últimos minutos del concierto ante la duda generalizada que a día de hoy sigue existiendo entre sus fans (que seguirán fantaseando con la idea de que Dioni habla a María Ángeles y María Ángeles a Dioni cuando cantan).
Sacar el cani que llevas dentro (y todos lo tenemos) es muy terapéutico. No hay nada como ponerte a todo volumen en la ducha Nunca debí enamorarme y desgañitarte cantando su realista letra mientras piensas en el último capullo de Tinder del que te colgaste.
Camela es el único grupo al que puedes oír en el coche con tu abuela, tu tía, tu sobrino y tu amigo a la vez y, no solo nadie cambiará de canción, sino que todos se sabrán la letra.
Las melodías de sus canciones son el mejor método para retrotraerte a tu infancia/adolescencia. Es darle al play a cualquiera de sus canciones y comienzan a aparecer un raudal de imágenes noventeras que ni Cuéntame sería capaz de retratar tan fielmente el pasado.
Comprar sus casetes era fácil: estaban en todos sitios (gasolineras, restaurantes, bares, piscinas…). Además, era lo único potable que podías encontrar en aquellos expositores giratorios a los que los padres odiaban tanto que te acercaras y tocaras.
La voz de María Ángeles convierte cada canción en un torrente de nostalgia y tú, al oírla, no puedes hacer otra cosa que identificarte con ella.
Aunque nos esforcemos en aparentar lo contrario, todos somos unos románticos, unos nostálgicos y un poquito canis 🙂
Es darle al play a cualquiera de sus canciones y comienzan a aparecer un raudal de imágenes noventeras que ni Cuéntame sería capaz de retratar tan fielmente el pasado
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